A lo largo de la historia de la humanidad, se han observado situaciones que muestran la evidente tendencia del hombre de aspirar a tener cierta ventaja frente a sus otros compañeros de la especie, preeminencia que, utilizada de manera inteligente, le brinda la potestad de imponer su pensamiento sobre los demás, ejerciendo control y manipulación. Estas cualidades le facilita la ejecución de todos aquellos actos, deseos o caprichos que cumplan con su voluntad.
Debe tenerse muy en cuenta que es preciso que dicho Homo sapiens tenga acceso a aquello que, generalmente, la mayoría encuentra imposible alcanzar (por lo menos es lo que hacen ver), otorgándole el estatus de supuestamente ser el más apto, la opción más adecuada, “el ejemplo a seguir”, “el guía al bienestar social”, porque ha logrado obtener lo que todo el mundo ansía tener; dándole, según se piensa, autoridad para cumplir con el rol de líder. Algunas veces, el pensamiento sobrepasa los niveles de la razón, y lo tildan como “el enviado de Dios”, “el que hace la voluntad de Dios”, imprimiéndole, incluso, una figura de divinidad. Como lo divino siempre lleva a pensar en lo perfecto, lo eterno, lo incuestionable, su imagen llega a ser seguida ciegamente. Justamente, el estereotipo social que tiene esa figura es lo que le facilita al mortal conseguir el poder sobre el resto de la población.
Ahora bien, el modo particular de pensar de la sociedad no es estrictamente erróneo, es más, pudiera ser aplicable si la persona que tiene dicha cualidad o ventaja la haya conseguido mediante esfuerzo, honradez y dedicación, siendo así un digno e idóneo ejemplo a seguir; si está totalmente dispuesto a enseñar a los demás el secreto de su éxito; si proyecta la idea de que cualquiera está al alcance de lo que más desea y, sobre todo, si es justo con el resto. El problema surge cuando se deposita la responsabilidad de dirigente a alguien que, si bien posee cualidades que lo califican como líder, se ha ganado dicha confianza del resto manipulando la mente de sus seguidores y así lograr influir en sus pensamientos, irradiando temor, extorsionándolos, etc. Son éstos los verdaderos sedientos de poder.
Los que tienen por objeto hacerse del poder poseen varias formas de lograrlo. Se pueden enfocar en obtener ventaja económica sobre los demás, utilizando cualquier medio posible para cumplir con su fin, sea legal o ilegal; concentrarse en adquirir ventaja educativa para darle un toque de “superioridad” a sus ideas, por tener un mayor grado de preparación, y así imponer su pensamiento; aprovecharse de la ingenuidad de las personas sobre temas religiosos para establecer dogmas y nuevas creencias, “profetizando” eventos apocalípticos para infundir temor y, de esta forma, autoproclamarse como “el mensajero de Dios” o “Guerrero de Dios” que tiene el secreto de la salvación (muy de moda últimamente); valerse de la retórica y demagogia para manipular el pensamiento de las personas o, simplemente, utilizando la violencia. Sea cual fuere la vía que tome, les resulta significativamente sencillo tomar el control puesto que la misma sociedad les facilita el trabajo, siendo sumisa a los deseos de unos cuantos.
Una vez que logra su cometido, el hombre que goza del beneficio del poder tiene una y sólo una preocupación: perderlo. Orienta toda su atención en perpetuar su dominio y la manera más práctica de hacerlo es bloqueando el acceso a todas aquellas ventajas que puedan posicionar a otro como líder, convirtiéndose en una potencial amenaza. De allí que se haga inaccesible a la mayoría de las personas al crecimiento económico, a una buena educación, se vuelva incuestionable toda creencia religiosa, y si no se puede evitar, salirse con la típica expresión: “Dios quiere que sea así”; propiciar la inseguridad, el desorden, el caos y la violencia, para que así la sociedad aclame sedienta y desesperadamente la imagen de aquel que tenga la capacidad de restaurar el orden y la paz, sin importar los medios que utilice.
Es triste darse que cuenta que, en la actualidad, existen personas sin escrúpulos que se consideren a sí mismos los líderes que nuestra sociedad necesita, sin realmente tener las cualidades, aptitudes y actitudes que caracterizan a un verdadero adalid. Como proyectan su imagen de humildad, cuando nunca en su vida han pasado por momentos de extrema necesidad; como ostentan la idea de ser sinceros y trabajadores, cuando les persigue un pasado tenebroso lleno de mentiras, abusos e injusticias; como se reúnen con grandes masas de personas, siempre de escasos recursos, para dar a entender que están pendiente a los que realmente tienen sus necesidades, cuando anteriormente, no los volteaban a ver; como manipulan a la juventud dándoles lo que les interesa actualmente, fiestas, licor, conciertos, entre otras cosas, cuando nunca han mostrado el más mínimo interés por la nueva generación; en fin, tantas cosas que enferma sólo recordarlas. Lo deprimente, es notar que haya personas que se traguen estas fantasías.
Sin duda, una triste realidad que se puede cambiar si tomamos conciencia al respecto. Es hora de tomar cartas en el asunto, identificar a aquellos falsos líderes y truncar irreversiblemente su camino al éxito, antes que nos lamentemos…
Debe tenerse muy en cuenta que es preciso que dicho Homo sapiens tenga acceso a aquello que, generalmente, la mayoría encuentra imposible alcanzar (por lo menos es lo que hacen ver), otorgándole el estatus de supuestamente ser el más apto, la opción más adecuada, “el ejemplo a seguir”, “el guía al bienestar social”, porque ha logrado obtener lo que todo el mundo ansía tener; dándole, según se piensa, autoridad para cumplir con el rol de líder. Algunas veces, el pensamiento sobrepasa los niveles de la razón, y lo tildan como “el enviado de Dios”, “el que hace la voluntad de Dios”, imprimiéndole, incluso, una figura de divinidad. Como lo divino siempre lleva a pensar en lo perfecto, lo eterno, lo incuestionable, su imagen llega a ser seguida ciegamente. Justamente, el estereotipo social que tiene esa figura es lo que le facilita al mortal conseguir el poder sobre el resto de la población.
Ahora bien, el modo particular de pensar de la sociedad no es estrictamente erróneo, es más, pudiera ser aplicable si la persona que tiene dicha cualidad o ventaja la haya conseguido mediante esfuerzo, honradez y dedicación, siendo así un digno e idóneo ejemplo a seguir; si está totalmente dispuesto a enseñar a los demás el secreto de su éxito; si proyecta la idea de que cualquiera está al alcance de lo que más desea y, sobre todo, si es justo con el resto. El problema surge cuando se deposita la responsabilidad de dirigente a alguien que, si bien posee cualidades que lo califican como líder, se ha ganado dicha confianza del resto manipulando la mente de sus seguidores y así lograr influir en sus pensamientos, irradiando temor, extorsionándolos, etc. Son éstos los verdaderos sedientos de poder.
Los que tienen por objeto hacerse del poder poseen varias formas de lograrlo. Se pueden enfocar en obtener ventaja económica sobre los demás, utilizando cualquier medio posible para cumplir con su fin, sea legal o ilegal; concentrarse en adquirir ventaja educativa para darle un toque de “superioridad” a sus ideas, por tener un mayor grado de preparación, y así imponer su pensamiento; aprovecharse de la ingenuidad de las personas sobre temas religiosos para establecer dogmas y nuevas creencias, “profetizando” eventos apocalípticos para infundir temor y, de esta forma, autoproclamarse como “el mensajero de Dios” o “Guerrero de Dios” que tiene el secreto de la salvación (muy de moda últimamente); valerse de la retórica y demagogia para manipular el pensamiento de las personas o, simplemente, utilizando la violencia. Sea cual fuere la vía que tome, les resulta significativamente sencillo tomar el control puesto que la misma sociedad les facilita el trabajo, siendo sumisa a los deseos de unos cuantos.
Una vez que logra su cometido, el hombre que goza del beneficio del poder tiene una y sólo una preocupación: perderlo. Orienta toda su atención en perpetuar su dominio y la manera más práctica de hacerlo es bloqueando el acceso a todas aquellas ventajas que puedan posicionar a otro como líder, convirtiéndose en una potencial amenaza. De allí que se haga inaccesible a la mayoría de las personas al crecimiento económico, a una buena educación, se vuelva incuestionable toda creencia religiosa, y si no se puede evitar, salirse con la típica expresión: “Dios quiere que sea así”; propiciar la inseguridad, el desorden, el caos y la violencia, para que así la sociedad aclame sedienta y desesperadamente la imagen de aquel que tenga la capacidad de restaurar el orden y la paz, sin importar los medios que utilice.
Es triste darse que cuenta que, en la actualidad, existen personas sin escrúpulos que se consideren a sí mismos los líderes que nuestra sociedad necesita, sin realmente tener las cualidades, aptitudes y actitudes que caracterizan a un verdadero adalid. Como proyectan su imagen de humildad, cuando nunca en su vida han pasado por momentos de extrema necesidad; como ostentan la idea de ser sinceros y trabajadores, cuando les persigue un pasado tenebroso lleno de mentiras, abusos e injusticias; como se reúnen con grandes masas de personas, siempre de escasos recursos, para dar a entender que están pendiente a los que realmente tienen sus necesidades, cuando anteriormente, no los volteaban a ver; como manipulan a la juventud dándoles lo que les interesa actualmente, fiestas, licor, conciertos, entre otras cosas, cuando nunca han mostrado el más mínimo interés por la nueva generación; en fin, tantas cosas que enferma sólo recordarlas. Lo deprimente, es notar que haya personas que se traguen estas fantasías.
Sin duda, una triste realidad que se puede cambiar si tomamos conciencia al respecto. Es hora de tomar cartas en el asunto, identificar a aquellos falsos líderes y truncar irreversiblemente su camino al éxito, antes que nos lamentemos…
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