miércoles, 18 de febrero de 2009

Medicina: Profesores y Maestros

He decidido escribir acerca de “él” y sus “asociaciones celestiales” para una próxima ocasión. Para esta ocasión prefiero un tema en donde encuentro más cosas positivas (sólo un poco más) que negativas.

En lo que llevo como estudiante de la Facultad de Medicina, he notado que existen dos tipos de comunicadores de conocimientos. El primero, el profesor, que se limita a llegar al aula, exponer el tema del día, dejar alguna asignatura y retirarse, para luego regresar en su próxima clase y repetir lo anterior. Se convierte en un ciclo que, si bien para el estudiante termina al final del semestre, para el profesor termina cuando no quiera dictar más clases en su vida. De tal manera que se perpetúa un ciclo, largo y tedioso para todos los estudiantes, largo y perjudicial para una facultad.

El estudiante termina detestando el sistema de la facultad. Solamente ve obstáculos y profesores que inspiran poco o nada y deprimen mucho. Muchos estudiantes, entonces, pueden pensar que el profesor carece de habilidades para transmitir conocimientos, para inspirarlos, pero puede que sea un buen investigador. ¡Qué lástima! Como es bien conocido, en Panamá, aquel que investiga es de lo más exótico que se pueda encontrar. Son pocas las instituciones que dedican un fondo considerable a la investigación y, por lo tanto, no existe mucho campo para ellos. Por suerte, la situación puede estar mejorando un poco, pero para que exista un cambio real, es necesario invertir algo real. Si supiera todo mundo lo que destina la Universidad de Panamá a la Facultad de Medicina para la investigación, se darían cuenta que con eso no se puede comprar ni una caja de tubos de ensayo (no es una exageración).

Las grandes universidades del mundo forman grandes mentes, no tanto porque los profesores enseñen algo distinto a los de aquí, sino porque tienen enormes fondos destinados a la investigación, gracias a donaciones, apoyo gubernamental, etc. Aún así, cuentan con profesores con más pedagogía, más ganas de enseñar y que inspiran más, facilitando el aprendizaje de los estudiantes e inspirándolos a ser mejores. Hoy en día, una universidad que no investiga, deja de ser universidad para convertirse en una escuela que transmite conocimientos.

Existe el otro tipo de transmisor de conocimientos, el maestro. Para ser un transmisor de conocimientos de medicina debería ser necesario ser un maestro, no un profesor, y aun más en países como Panamá. Un maestro es un profesor que inspira a sus estudiantes, transmite sus conocimientos de una forma didáctica, con energía y dedicación absoluta, con la misión de dejar en el estudiante más que simples conocimientos que adquirió al leer un libro o tomar un curso. Un maestro deja en sus estudiantes su experiencia, los respeta y los toma en cuenta, les aconseja y les trata con el más alto grado de humanismo, recordando siempre que está formando personas que deben recibir dicho trato, para así dar ese trato a sus futuros pacientes. Por lo tanto, me percato que la queja del trato de un médico puede ser un problema mucho más profundo de lo que se cree. Es similar a quien dice que cada uno es como es en su casa.

Por suerte, he tenido algunos profesores que cumplen con los últimos requisitos. Han sido los suficientes por ahora, al menos para mí, para formarme como un estudiante que se preocupa por los demás, que espera poder ser diferente, aspira a lo más alto y que encuentra en la medicina , el estudio y los libros, una forma de conectarse a lo objetivo y racional.

Tomar una maestría o un curso de pedagogía, no debería ser el único requisito para ser un transmisor de conocimientos en una facultad. Al leer sobre los transmisores de conocimiento del pasado, he podido percatarme que también existían maestros sin tener dichas maestrías. Veo algunas cosas positivas últimamente, pero pienso que para solucionar tantos problemas hace falta un cambio en lo más profundo del sistema, un cambio de actitud de las autoridades, administrativos y profesores, así como un cambio en los estudiantes. Hasta que eso no ocurra, no existirá un verdadero cambio.

lunes, 16 de febrero de 2009

La Sed de Poder

A lo largo de la historia de la humanidad, se han observado situaciones que muestran la evidente tendencia del hombre de aspirar a tener cierta ventaja frente a sus otros compañeros de la especie, preeminencia que, utilizada de manera inteligente, le brinda la potestad de imponer su pensamiento sobre los demás, ejerciendo control y manipulación. Estas cualidades le facilita la ejecución de todos aquellos actos, deseos o caprichos que cumplan con su voluntad.

Debe tenerse muy en cuenta que es preciso que dicho Homo sapiens tenga acceso a aquello que, generalmente, la mayoría encuentra imposible alcanzar (por lo menos es lo que hacen ver), otorgándole el estatus de supuestamente ser el más apto, la opción más adecuada, “el ejemplo a seguir”, “el guía al bienestar social”, porque ha logrado obtener lo que todo el mundo ansía tener; dándole, según se piensa, autoridad para cumplir con el rol de líder. Algunas veces, el pensamiento sobrepasa los niveles de la razón, y lo tildan como “el enviado de Dios”, “el que hace la voluntad de Dios”, imprimiéndole, incluso, una figura de divinidad. Como lo divino siempre lleva a pensar en lo perfecto, lo eterno, lo incuestionable, su imagen llega a ser seguida ciegamente. Justamente, el estereotipo social que tiene esa figura es lo que le facilita al mortal conseguir el poder sobre el resto de la población.

Ahora bien, el modo particular de pensar de la sociedad no es estrictamente erróneo, es más, pudiera ser aplicable si la persona que tiene dicha cualidad o ventaja la haya conseguido mediante esfuerzo, honradez y dedicación, siendo así un digno e idóneo ejemplo a seguir; si está totalmente dispuesto a enseñar a los demás el secreto de su éxito; si proyecta la idea de que cualquiera está al alcance de lo que más desea y, sobre todo, si es justo con el resto. El problema surge cuando se deposita la responsabilidad de dirigente a alguien que, si bien posee cualidades que lo califican como líder, se ha ganado dicha confianza del resto manipulando la mente de sus seguidores y así lograr influir en sus pensamientos, irradiando temor, extorsionándolos, etc. Son éstos los verdaderos sedientos de poder.

Los que tienen por objeto hacerse del poder poseen varias formas de lograrlo. Se pueden enfocar en obtener ventaja económica sobre los demás, utilizando cualquier medio posible para cumplir con su fin, sea legal o ilegal; concentrarse en adquirir ventaja educativa para darle un toque de “superioridad” a sus ideas, por tener un mayor grado de preparación, y así imponer su pensamiento; aprovecharse de la ingenuidad de las personas sobre temas religiosos para establecer dogmas y nuevas creencias, “profetizando” eventos apocalípticos para infundir temor y, de esta forma, autoproclamarse como “el mensajero de Dios” o “Guerrero de Dios” que tiene el secreto de la salvación (muy de moda últimamente); valerse de la retórica y demagogia para manipular el pensamiento de las personas o, simplemente, utilizando la violencia. Sea cual fuere la vía que tome, les resulta significativamente sencillo tomar el control puesto que la misma sociedad les facilita el trabajo, siendo sumisa a los deseos de unos cuantos.

Una vez que logra su cometido, el hombre que goza del beneficio del poder tiene una y sólo una preocupación: perderlo. Orienta toda su atención en perpetuar su dominio y la manera más práctica de hacerlo es bloqueando el acceso a todas aquellas ventajas que puedan posicionar a otro como líder, convirtiéndose en una potencial amenaza. De allí que se haga inaccesible a la mayoría de las personas al crecimiento económico, a una buena educación, se vuelva incuestionable toda creencia religiosa, y si no se puede evitar, salirse con la típica expresión: “Dios quiere que sea así”; propiciar la inseguridad, el desorden, el caos y la violencia, para que así la sociedad aclame sedienta y desesperadamente la imagen de aquel que tenga la capacidad de restaurar el orden y la paz, sin importar los medios que utilice.

Es triste darse que cuenta que, en la actualidad, existen personas sin escrúpulos que se consideren a sí mismos los líderes que nuestra sociedad necesita, sin realmente tener las cualidades, aptitudes y actitudes que caracterizan a un verdadero adalid. Como proyectan su imagen de humildad, cuando nunca en su vida han pasado por momentos de extrema necesidad; como ostentan la idea de ser sinceros y trabajadores, cuando les persigue un pasado tenebroso lleno de mentiras, abusos e injusticias; como se reúnen con grandes masas de personas, siempre de escasos recursos, para dar a entender que están pendiente a los que realmente tienen sus necesidades, cuando anteriormente, no los volteaban a ver; como manipulan a la juventud dándoles lo que les interesa actualmente, fiestas, licor, conciertos, entre otras cosas, cuando nunca han mostrado el más mínimo interés por la nueva generación; en fin, tantas cosas que enferma sólo recordarlas. Lo deprimente, es notar que haya personas que se traguen estas fantasías.

Sin duda, una triste realidad que se puede cambiar si tomamos conciencia al respecto. Es hora de tomar cartas en el asunto, identificar a aquellos falsos líderes y truncar irreversiblemente su camino al éxito, antes que nos lamentemos…

martes, 10 de febrero de 2009

Agrupaciones “Celestiales” Afectan a mi Facultad

Estudiantes descuidan sus estudios y son engañados

A lo largo de los últimos cuatro años, he tenido la oportunidad de compartir tiempo de estudio con quienes no dudo son algunos de los estudiantes más brillantes del país, o como bien dirían algunos maestros, “la élite intelectual.” Antes, para ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá era necesario responder a preguntas sobre Shakespeare y otros escritores y filósofos. Dichas entrevistas eran realizadas por altas autoridades de la facultad que tomaban un tiempo para garantizar una elevada calidad de estudiantes. No sugiero que este tipo preguntas sean las correctas, pero al menos había una entrevista, había interés por saber más del estudiante que pretendía ser médico. Aunque debo admitir que aquellos tiempos, en que se pensaba que un estudiante de medicina era un individuo capaz de responder a todo tipo de cuestionamientos (salud, educación, política, etc), han pasado a la historia en gran parte. Por suerte, siempre quedan pocos que aún conservan esas cualidades y demuestran, al menos, interés en conocer sobre otros campos.

He notado algo interesante durante los dos últimos años. Estoy preocupado por lo que le sucede a ciertos estudiantes de medicina. Estoy preocupado porque he visto como diferentes agrupaciones religiosas, sectas, ministerios, asociaciones, llámelos como quiera, han tomado control de muchos estudiantes de mi Facultad. Digo mi Facultad porque no tengo evidencia que sugiera que influyan en una proporción sustancial de estudiantes de otras universidades o facultades. Dichas agrupaciones se caracterizan por tener un líder (que usualmente se denomina como un enviado de Dios) que dice tener la capacidad de contactar a Dios, hablar con Dios y que le responda (literalmente, al mejor estilo de Mr. Bush). Este individuo (en adelante se llamará “él”), que preferiblemente no debe formar parte de la facultad, se encarga de manipular mentalmente a sus “seguidores” influyéndoles temor al “revelarles” un trágico acontecimiento que sucederá, según él, en un futuro cercano. Él se aprovecha de la inclinación extremista o de la inocencia del estudiante para despistarlo y engañarlo para que siga su paso para una supuesta salvación.

Casualmente tuve la oportunidad de toparme con un “él” que en una conversación muy seria me dijo que Dios le había dicho que un curso, que pretendíamos dictar mi mejor amigo y yo, tenía que realizarse en una fecha establecida y que de no ser así no debía realizarse. Sin duda, Dios le había hablado (y aparentemente le habrá dicho “róbate la idea y engáñalos”). ¡Qué suerte la mía al toparme con un “él” y así confirmar mis temores! Me dijo que estaba perdido, porque no conocía su palabra y no seguía sus creencias, que no sabía de qué me hablaba. ¡Qué perdido estaba!

Cuando me dirigía a mi facultad, unos días antes de entrar a mi primer día de clases, un taxista me preguntó si era verdad que muchos de los estudiantes de medicina son agnósticos o es que a lo largo de los años dejan de creer en Dios. No supe responderle en ese momento, pero ya tengo la respuesta. Es todo lo contrario, el fanatismo ha llegado a mi Facultad y cada vez crece más. Preocúpese por los fanáticos, los predicadores que engañan (como en Estados Unidos y otros países donde han sido investigados) y algunos de los futuros médicos (muchos ya graduados) a los que hay que temerles. Un día le dirá que lo siga en su creencia para sanar su malestar. ¡Qué me protejan! Yo espero no levantarme en una sala de emergencias y ver a uno de ellos tratarme.

lunes, 12 de mayo de 2008

¿Qué implica dedicarse a la Medicina?

La medicina consiste en una disciplina científica que enfoca su objetivo en la mantención del perfecto equilibro que debe coexistir entre las partes que constituyen al cuerpo humano, mediante la conservación de la buena salud, en todos los ámbitos que lo componen. De tal suerte que, para afirmar que una persona es sana con toda seguridad, debe gozar de buena salud física, biológica y psicológica. La preservación del equilibrio entre dichas partes instituye un proceso muy complicado y que exige que el profesional de la medicina posea una excelente formación, permitiendo que desarrolle la agilidad necesaria mediante la experiencia y la obtención de conocimientos que serán aplicados en su lucha por mantener dicha armonía.
¿Por qué tomarle tanta importancia a este hecho? Para responder esta inquietud y, a la vez, dejar clara la evidente relación que guarda este con el buen ejercicio de la medicina, resulta necesario analizar el objeto de estudio: El cuerpo humano.
El ser humano puede ser catalogado desde diferentes puntos de vistas, todos válidos: el último escalón de la jerarquía animal, el llamado “Homo sapiens sapiens”; la perfecta creación de un ser sobrenatural de inmensa divinidad, perfecta por ser a imagen y semejanza de este ser; la asociación del cuerpo y el alma, entre otros. Sea cual sea el modo de verlo, conlleva el pensamiento implícito de ser un ente de inmensa importancia y con merecido respeto. El individuo, en sí, está formado por un cuerpo, una parte material que le da la naturaleza de humano y que posee un alto grado de complejidad, compuesto de partes asociadas entre sí, relacionándose unas con otras y que definen su identidad. La alteración de dicha asociación, atenta contra la integridad del cuerpo, afectándolo y termina con amenazar el bienestar del ser humano. Para evitar esto, el profesional hace uso de sus conocimientos en medicina, restituyendo el equilibrio dinámico, que se traduce en buena salud para el individuo.
Resulta indispensable para aquel que práctica la medicina, reconocer la mencionada y comprobada importancia del ser humano, puesto que, en relación a ella, basará todos sus esfuerzos en combatir y hallarle solución al malestar que le aqueje a uno en algún momento determinado. Ésta debe ser inculcada a lo largo del proceso de formación del médico y sus colaboradores. La persona que pretenda dedicarse a la medicina debe desarrollar una actitud científica que le permita actuar bajo esta premisa, tomar muy en cuenta que tratará con humanos, seres idénticos a él. Personas que se verán aquejadas por dolencias y que, por más mínimas que sean, merecen un trato apropiado para hallarles solución. La disciplina, por esta naturaleza, es exigente.
Son muchos los que consideran que el grado de demanda es muy alto y que el beneficio no es el esperado. Se incluyen los que quieren utilizar la medicina como escalón a un estatus social superior, con remuneraciones económicas. Si lo logran, bien por ellos; sin embargo, serán trabajadores promedio, que les importa muy poco el estado de su paciente, con falta de tacto al momento de prestar el servicio, irrespetuosos con el tiempo del mismo. ¿De qué vale gozar de dicho estatus y buena remuneración económica, si no se nota la satisfacción y agradecimiento de su paciente por encontrarle solución a su quebranto? No hay mejor deleite que el ver a una persona complacida por recibir la ayuda de un equipo médico y que ésta le haya sido de provecho en la búsqueda de una solución a su problema; notar la sonrisa de alegría de aquel que se siente curado; percibir la confianza que deposita el paciente en el grupo de profesionales de la salud y, sobre todo, tener en cuenta que se logró mantener el brillo de vida de un ser humano. Cuando el que desarrolla la medicina hace bien su trabajo, consigue, un buen estatus social y la anhelada estabilidad económica. Qué mejor estatus que aquel que otorga la sociedad por dedicarse a realizar de manera adecuada su trabajo.