La medicina consiste en una disciplina científica que enfoca su objetivo en la mantención del perfecto equilibro que debe coexistir entre las partes que constituyen al cuerpo humano, mediante la conservación de la buena salud, en todos los ámbitos que lo componen. De tal suerte que, para afirmar que una persona es sana con toda seguridad, debe gozar de buena salud física, biológica y psicológica. La preservación del equilibrio entre dichas partes instituye un proceso muy complicado y que exige que el profesional de la medicina posea una excelente formación, permitiendo que desarrolle la agilidad necesaria mediante la experiencia y la obtención de conocimientos que serán aplicados en su lucha por mantener dicha armonía.
¿Por qué tomarle tanta importancia a este hecho? Para responder esta inquietud y, a la vez, dejar clara la evidente relación que guarda este con el buen ejercicio de la medicina, resulta necesario analizar el objeto de estudio: El cuerpo humano.
El ser humano puede ser catalogado desde diferentes puntos de vistas, todos válidos: el último escalón de la jerarquía animal, el llamado “Homo sapiens sapiens”; la perfecta creación de un ser sobrenatural de inmensa divinidad, perfecta por ser a imagen y semejanza de este ser; la asociación del cuerpo y el alma, entre otros. Sea cual sea el modo de verlo, conlleva el pensamiento implícito de ser un ente de inmensa importancia y con merecido respeto. El individuo, en sí, está formado por un cuerpo, una parte material que le da la naturaleza de humano y que posee un alto grado de complejidad, compuesto de partes asociadas entre sí, relacionándose unas con otras y que definen su identidad. La alteración de dicha asociación, atenta contra la integridad del cuerpo, afectándolo y termina con amenazar el bienestar del ser humano. Para evitar esto, el profesional hace uso de sus conocimientos en medicina, restituyendo el equilibrio dinámico, que se traduce en buena salud para el individuo.
Resulta indispensable para aquel que práctica la medicina, reconocer la mencionada y comprobada importancia del ser humano, puesto que, en relación a ella, basará todos sus esfuerzos en combatir y hallarle solución al malestar que le aqueje a uno en algún momento determinado. Ésta debe ser inculcada a lo largo del proceso de formación del médico y sus colaboradores. La persona que pretenda dedicarse a la medicina debe desarrollar una actitud científica que le permita actuar bajo esta premisa, tomar muy en cuenta que tratará con humanos, seres idénticos a él. Personas que se verán aquejadas por dolencias y que, por más mínimas que sean, merecen un trato apropiado para hallarles solución. La disciplina, por esta naturaleza, es exigente.
Son muchos los que consideran que el grado de demanda es muy alto y que el beneficio no es el esperado. Se incluyen los que quieren utilizar la medicina como escalón a un estatus social superior, con remuneraciones económicas. Si lo logran, bien por ellos; sin embargo, serán trabajadores promedio, que les importa muy poco el estado de su paciente, con falta de tacto al momento de prestar el servicio, irrespetuosos con el tiempo del mismo. ¿De qué vale gozar de dicho estatus y buena remuneración económica, si no se nota la satisfacción y agradecimiento de su paciente por encontrarle solución a su quebranto? No hay mejor deleite que el ver a una persona complacida por recibir la ayuda de un equipo médico y que ésta le haya sido de provecho en la búsqueda de una solución a su problema; notar la sonrisa de alegría de aquel que se siente curado; percibir la confianza que deposita el paciente en el grupo de profesionales de la salud y, sobre todo, tener en cuenta que se logró mantener el brillo de vida de un ser humano. Cuando el que desarrolla la medicina hace bien su trabajo, consigue, un buen estatus social y la anhelada estabilidad económica. Qué mejor estatus que aquel que otorga la sociedad por dedicarse a realizar de manera adecuada su trabajo.
¿Por qué tomarle tanta importancia a este hecho? Para responder esta inquietud y, a la vez, dejar clara la evidente relación que guarda este con el buen ejercicio de la medicina, resulta necesario analizar el objeto de estudio: El cuerpo humano.
El ser humano puede ser catalogado desde diferentes puntos de vistas, todos válidos: el último escalón de la jerarquía animal, el llamado “Homo sapiens sapiens”; la perfecta creación de un ser sobrenatural de inmensa divinidad, perfecta por ser a imagen y semejanza de este ser; la asociación del cuerpo y el alma, entre otros. Sea cual sea el modo de verlo, conlleva el pensamiento implícito de ser un ente de inmensa importancia y con merecido respeto. El individuo, en sí, está formado por un cuerpo, una parte material que le da la naturaleza de humano y que posee un alto grado de complejidad, compuesto de partes asociadas entre sí, relacionándose unas con otras y que definen su identidad. La alteración de dicha asociación, atenta contra la integridad del cuerpo, afectándolo y termina con amenazar el bienestar del ser humano. Para evitar esto, el profesional hace uso de sus conocimientos en medicina, restituyendo el equilibrio dinámico, que se traduce en buena salud para el individuo.
Resulta indispensable para aquel que práctica la medicina, reconocer la mencionada y comprobada importancia del ser humano, puesto que, en relación a ella, basará todos sus esfuerzos en combatir y hallarle solución al malestar que le aqueje a uno en algún momento determinado. Ésta debe ser inculcada a lo largo del proceso de formación del médico y sus colaboradores. La persona que pretenda dedicarse a la medicina debe desarrollar una actitud científica que le permita actuar bajo esta premisa, tomar muy en cuenta que tratará con humanos, seres idénticos a él. Personas que se verán aquejadas por dolencias y que, por más mínimas que sean, merecen un trato apropiado para hallarles solución. La disciplina, por esta naturaleza, es exigente.
Son muchos los que consideran que el grado de demanda es muy alto y que el beneficio no es el esperado. Se incluyen los que quieren utilizar la medicina como escalón a un estatus social superior, con remuneraciones económicas. Si lo logran, bien por ellos; sin embargo, serán trabajadores promedio, que les importa muy poco el estado de su paciente, con falta de tacto al momento de prestar el servicio, irrespetuosos con el tiempo del mismo. ¿De qué vale gozar de dicho estatus y buena remuneración económica, si no se nota la satisfacción y agradecimiento de su paciente por encontrarle solución a su quebranto? No hay mejor deleite que el ver a una persona complacida por recibir la ayuda de un equipo médico y que ésta le haya sido de provecho en la búsqueda de una solución a su problema; notar la sonrisa de alegría de aquel que se siente curado; percibir la confianza que deposita el paciente en el grupo de profesionales de la salud y, sobre todo, tener en cuenta que se logró mantener el brillo de vida de un ser humano. Cuando el que desarrolla la medicina hace bien su trabajo, consigue, un buen estatus social y la anhelada estabilidad económica. Qué mejor estatus que aquel que otorga la sociedad por dedicarse a realizar de manera adecuada su trabajo.